“Cuando era niña, nos echaban a mí y a mis hermanos de nuestra casa en Richmond, California, para que jugáramos afuera el resto del día. Durante los meses de verano, esto implicaba quedarnos afuera por horas, y solo entrábamos en busca de comida. Jugábamos toda la tarde a la mancha y a las escondidas en el parque que quedaba en frente de nuestra casa. O caminábamos 30 minutos hasta Point Richmond, donde nos adentrábamos en las colinas junto a la bahía, haciendo paradas para fantasear con nuestro futuro y disfrutar de mirar el océano. De grande me di cuenta que íbamos tanto porque esos lugares nos transmitían mucha paz. Años después, tuve esa misma sensación de paz cuando paseaba entre los antiguos secuoyas del Parque Nacional de Yosemite. Estaba haciendo un viaje de una semana, sola, por el valle del parque en 2013. Me adentré a una zona de árboles perennes altos, cascadas relajantes, picos de montaña nevados y una vida silvestre asustadiza. Al tiempo que...